Por: José Aguilar (jose_lagodecoatepeque@hotmail.com)
Rodrigo Godoy: (gigo_beto@hotmail.com)
Krizia Balibrera: (amerainlluvia_emily_balibrera@hotmail.com)
Luego de exigir una sonrisa, el disparo. El hechor, en manera de jactancia, ríe y se alegra por el resultado: un retrato claro y nítido, tomado por un fotógrafo en el centro de Santa Ana. Profesión que desaparece al tiempo que las nuevas tecnologías avanzan y se popularizan. Para ellos, poseer y conocer las herramientas del ahora, es cuestión de sobrevivencia.
Casa y lugar de trabajo. De fachada antigua, construida mitad ladrillo y mitad adobe, es el Foto Estudio Menéndez, situado frente al mercado de El Congo. Como todo artista, pasos después de la entrada, en una vitrina de 50 centímetros de grosor por un metro de altura y tres de largo, luce retratos de graduación, matrimonio y cumpleaños. Como una gran pecera repleta de imágenes que muestra obras de arte según quien las tomó, y recuerdos valiosos para los retratados. Acá se gana la vida Samuel Menéndez, reconocido fotógrafo, desde hace 20 años.
Sentado, atrás de la gran vitrina, recorta unas fotografías tamaño cedula con una tijera cromada y bulliciosa. Se le ilumina el rostro al ver que fue una cliente de buen parecer la retratada, “las fotos cuestan un dólar con 20”, recitó. Menéndez pertenece a esa generación de fotógrafos que vivió la transición del rollo a las herramientas digitales. Sobrevivió.
A los 13 años se inició en el mundo de la fotografía. Su hermano mayor, que desde México trajo su cámara y demás implementos a principios de los 70s, fue el encargado de enseñarle paso a paso cómo retratar y procesar todos los materiales para tener como resultado final un buen producto. El proceso de revelado podía durar de uno a tres días, por su complejidad en cuanto al trabajo que implicaba el proceso químico.
Las cámaras en ese entonces, según relata Menéndez, eran de sistemas análogos, que no tenían muchas funciones, no eran amigables con los usuarios no expertos, y solo servían para retratar en blanco y negro. Luego entraron al mercado las digitales, que siempre tenían como base la película de celulosa o rollo, a mediados de los 90s, para culminar con las de respaldos en memorias flash o extraíbles. Estas últimas han sido el reto para Menéndez.
“Yo no aprendí computación, pero me he visto en la necesidad de ir actualizándome con la tecnología. He aprendido a utilizar algunos programas para no quedarme atrás, pues tengo que velar por mi trabajo”, cuenta, mientras pone a sus hijos y a algunos amigos como sus guías en estos nuevos saberes.
Rollo y proceso de revelado
Los procesos fotográficos, al igual que los conocimientos, han cambiado. Las cámaras ocupaban como insumo, para almacenar las imágenes, rollos fotográficos, que dentro contenían una tira de celulosa recubierta de haluros de plata, que cuando se abría el lente por fracciones de segundos, estos últimos al percibir la luz se quemaban, mientras otros quedaban sin utilizar. Así se creaba la imagen dentro del rollo. Las posibilidades de almacenamiento eran tres: de 12, 24 o 36 tomas.
El revelado del rollo aún se realiza en las agencias fotográficas, y está determinado por la demanda de ese trabajo, según comentó Humberto Baltasar, fotógrafo y trabajador de Kodak Santa Ana: “la agencia por lo general tarda en revelar e imprimir una película 24 horas”. Los procesos que se hacen para revelarlos son de tipo químico, para lograr sacar la fotografía que está latente en el celuloide e imprimirla.
Las fases que comprenden este proceso son siete. Se saca el celuloide de la carcasa para dejar ver con un líquido revelador la imagen que está latente dentro del negativo, circula por otro químico llamado bleach que contrarresta la acción del revelador, para seguir con el lavado donde se enjuaga la película para quitar restos de alguno de estos químicos. Luego pasa por un químico fijador que retiene todos los haluros de plata que se encontraban en la imagen como en el papel, para finalizar con otro lavado y secado para impedir que las fotografías, luego de este proceso, llevaran alguna mancha.
Ahora, cualquier persona que tome una fotografía con su cámara digital puede llevarla a cualquier agencia o negocio que cuente con el servicio de impresión y puede tardarse, dependiendo de la cola, hasta como mínimo cinco minutos, pues ya no es necesario el largo proceso y el costo puede ir desde 45 centavos a seis dólares.
Erick Menéndez, que trabaja en el área de publicidad y fotografía digital, con su empresa Publicity, le ha encontrado ventajas y desventajas. Parte de las ventajas es que “se puede cambiar los rostros de las personas, aclararles el tono de piel y hacerlas más presentables.” Como desventaja, sería su vulnerabilidad para falsificar documentos y tantas variables de las cuales depende su calidad.
La calidad y duración de lo digital no depende de la cámara, sino del formato y del tipo de impresora: “hay impresoras que permiten una garantía de 100 años. Ahora, sus fabricantes se preocupan por la calidad de la tinta y del papel para que la foto sea mejor.” Esto es lo que se ofrece pero, en la práctica, pocas personas o empresas pueden garantizar esa duración de las fotos impresas.
“Por muchos mega pixeles que tenga una cámara, no se puede comparar (a las antiguas)”, dice con firmeza Baltasar, al cuestionársele a cerca de la calidad y la durabilidad de las cámaras y las técnicas antiguas en comparación con las nuevas.
La evolución de este proceso, en el cual el celuloide es expuesto a diferentes fases de procesamiento, ha pasado de ser artesanal, ahí por los años 1920, a ser un proceso en serie para pasar a ser digital desde principios de siglo XXI. Y una empresa que ha sido protagonista principal en toda la historia de la fotografía, desde 1888, es Kodak.
Desde Kodak
El fenómeno de adaptación, en este ámbito, no solo lo han vivido los fotógrafos, sino también las empresas que distribuyen materiales fotográficos y cámaras, como es Kodak. Dentro de El Salvador esta es una marca con derechos reservados de RAF, o Rosales Amplifotos como se conocía en sus inicios.
Santa Ana fue el sitio que dio inicio a la revolución fotográfica del país. Fue en 1953, bajo la visión de Luis Alfredo Rosales, que se creó la empresa Rosales Amplifotos, que tiene como principal logro ser la primera empresa a nivel de Centroamérica y Panamá en ofrecer a su clientela revelado e impresión de fotografías a colores en el año de 1961, y también ofrecer, desde 1979, el primer laboratorio exprés de revelado en una hora, o QUICKLAB.
Humberto Baltasar, quien fue por 15 años laboratorista y capacitador de personal dentro de RAF y los QUICKLAB, ha notado la evolución de la empresa como Rosales Amplifotos hasta llegar a RAF y surtir los productos Kodak. Para él, la empresa se ha sabido modernizar con el transcurso del tiempo de acuerdo a las necesidades y las tecnologías de cada época.
“Cuando se dan cambios, se dan en todos los aspectos como el publicitario, la mentalidad de las personas, tanto en ventas como en producción. Todo esto cambia porque ya entramos a una revolución donde cada uno debe estar actualizado”, menciona mientras descansa en un banco de madera, dentro del primer local de la empresa como tal, ubicado a media cuadra al sur de la Catedral de Santa Ana.
Baltasar, como fotógrafo profesional, ha visto como muchas personas y empresas se quedan relegadas en la nueva ola tecnológica y ponen resistencia al cambio de tecnología análoga a digital. Para él, si las personas y“las empresas no se actualizan, van a morir.” Es tajante al darle de ocho a diez años para el cambio total a digital, basado en las tendencias actuales observadas desde el 2002 hasta ahora.
Por eso, quien quiera seguir vigente en el negocio de la fotografía, debe estar dotado con los últimos conocimientos en tecnología y las herramientas de vanguardia.
Del rollo de celulosa a los mega pixeles
Efraín Rodríguez, de Efraín Studios, sabe qué es invertir en nuevas tecnologías para mantenerse a flote.
De semblante serio, adornado con canas escasas en una cabeza brillosa, que delata sus 62 años ya cumplidos, se sienta detrás de su escritorio todos los días para esperar a sus clientes, la mayoría estudiantes de universidad y colegios que solicitan fotos de promoción. Mientras lee el diario, apoyado en su vitrina llena de rostros, trata de olvidar que son pocas las personas que llegaran a solicitar sus servicios. “Si no es que esta ya es mi casa, yo ya me hubiera ido”, remata mientras ve que nadie se acerca a su estudio situado en el centro de Santa Ana.
Su estudio, a pesar de estar en una casa estilo colonial, aviejada pero amplia, cuenta con las ultimas herramientas tecnológicas con respecto a la posesión de una cámara digital profesional de 800 dólares marca Konica, junto con el juego de luces digitales de un valor de 300 dólares, que adquirió a finales de 2006. Todo esto con el afán de mantener su estudio vigente y la economía familiar para su estabilidad.
Para él, ha sido un reto adentrarse en el conocimiento de las nuevas invenciones tecnológicas, y para ello tuvo que realizar un doble esfuerzo: “Pues yo creo que para eso hay que quemarse un poco las pestañas, que yo ya no tengo. Todavía estamos aprendiendo, todavía meto las patas, por no decir que seguido.”
A pesar de las innovaciones en su estudio, no ha logrado consolidar ni su clientela, ni su situación económica, y cada vez va en decremento: “esto esta malo, malo, malo, malo. Con la única esperanza que el retrato tamaño titulo no lo hacen todavía, por el tipo de papel granulado que no se trabaja.”
En la otra esquina
Parado junto a las puertas de la entrada de Catedral de Santa Ana, Cristóbal Esperanza aguarda a que alguien solicite sus servicios. Ha permanecido en ese lugar durante 30 años, porque desde ese entonces no ha podido encontrar un mejor empleo.
Como no goza de un fondo de pensión, a sus 74 años, no le queda otra alternativa que dedicarse a la fotografía. Su sueldo diario equivale a tres dólares, cantidad insuficiente para mantener su hogar: “hoy ya gané mi día, pero mañana no sé”, dijo mientras levanta su cámara profesional de rollo con la mano derecha y muestra la digital que guarda en un estuche que cuelga de su cintura. Él dice preferir la de rollo, porque la digital, que le mandó un amigo desde Estados Unidos, aun no la sabe utilizar.
Esperanza es uno de los 15 fotógrafos que se reúnen a diario frente a catedral. Los domingos se juntan hasta 23. La competencia es grande: “a mí lo que me ayuda a sobrevivir es mi experiencia, así gano a los clientes.” Misma razón por la que muchos retratistas de imágenes no pierden el amor por ese mundo lleno de colores y significados. En palabras de Efraín Rodríguez: “fotografía es interminable de aprender. La fotografía la encuentra en el fondo del mar, la encuentra en la luna, la encuentra en los eventos deportivos, la encuentra en los asuntos religiosos, sociales, en la medicina también esta; entonces yo hallo que es un campo muy extenso. Y atrevido sería decir “yo soy un fotógrafo”, yo, lo que soy –confiesa con seriedad
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