jueves, 20 de octubre de 2011

Carta a mi amiga Lu…


Estimada amiga, hace ya mucho tiempo que no escribo una carta a alguien. Quizá desde antes de terminar el séptimo grado, en 1999, tiempos en los que al final de cada texto siempre pedía perdón por los errores de ortografía. No sé si a ti te pasó alguna vez. Un día encontré uno de esos ejemplares guardado en medio de las páginas amarillentas de un viejo y arrugado cuaderno. Sabes, me trajo muchos recuerdos de mi pasada adolescencia.

Esa carta que encontré fue una de las razones por las que decidí escribirte. Al leerla, mi cerebro realizó el proceso de Semiosis Infinita, aquella de Peirce, que nos enseñó Amparo Marroquín. Esa asociación simbólica me ayudó a recordar las aventuras que pasamos en la universidad. Las ocurridas en el tercer año. ¿Te acuerdas de las veces en que fuimos a visitar a Gildaberto, el de Estadística? Aquel que nos decía “vengan a mi cuarto”, para referirse a su cubículo. En ese tiempo le teníamos miedo, pero ahora creo que es un anciano muy gracioso y agradable.

Un día que fui a consultarlo y que no me acompañaste, me preguntó algo sobre ti. No te lo diré porque es un secreto mío, que guardaré siempre. Pero no es nada malo, no te preocupes. Sé que tú también puedes guardar secretos, me lo dijiste una vez en la Biblioteca. Fue antes de que viéramos aquella película fea de la guerra en El Salvador. Te confieso que sentí miedo, pero como la señora había echado llave, tenía que hacerme el fuerte.

¡Aquellos días fueron maravillosos! Los tengo muy presentes. Tan presentes como el color verde de la camisa que llevabas puesta el primer día que me hablaste. Y como la vez que me dijiste que querías ir a cortar café, y te respondí que no sabías lo que querías. Sí, así como esos pequeños recuerdos, compañera. Es más, fuiste tú la que me enseñaste a decir “compañero”. Esa frase ahora se ha propagado por todos lados. Muchos estudiantes la utilizan. Igual que el apodo de aquel profesor tuyo, al que de cariño le llaman “sopepito”.

Lu, como esta no es una carta de amor ni una carta de despedida, decidí escribir las cosas en el orden que me vinieron a la cabeza. Quería iniciar diciéndote otra cosa, pero decidí romper con los formalismos inventados, desafiando al poder, como decía Roland Barthes, ¿te recuerdas?, que solo escribiendo nos podemos burlar del poder. Te aconsejo lo practiques cada vez que estés molesta con tu jefe.

Esto me recuerda las veces en que te molestaste conmigo por culpa de mi mala memoria. Me decías que te guardara puesto y se me olvidaba porque siempre entraba tarde y apurado. Espero que ya me hayas perdonado. Te digo esto porque contigo aprendí el verdadero significado de una amistad sincera. A pesar de que eras la chica más bella de la clase, te hiciste mi amiga. Nos ayudábamos en las tareas, hacíamos los trabajos de Historia del Arte juntos y nos pasábamos “coras” de saldo tigo.

Cada uno de esos momentos vividos me ayudó a superar mi baja autoestima. El calor de tu amistad me dio la fuerza para enfrentarme al día a día y ver la realidad con otros ojos. Por eso estoy muy agradecido contigo y te deseo lo mejor en tu vida. He sabido que viajas por el mundo y visitas muchos lugares. Eso me alegra mucho. Espero que en cada uno de esos sitios encuentres paz, alegría, amor y felicidad.

Bueno, no quiero despedirme sin antes contarte algo que pensaba de ti. Creía que las chicas lindas no tenían sentimientos, pero tú me demostraste lo contrario. Tú no eras como yo pensaba. Siempre fuiste y serás una persona muy especial...

Compañera, éxitos en tu trabajo y bendiciones para tu familia.


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