sábado, 21 de mayo de 2011

¿Y HOY, QUIÉN TIENE CAREMALO?

“Caremalo”, le llamaban a las personas serias y desconocidas en el pueblo. La apariencia significaba a muchos la señal para lanzar un prejuicio sobre alguien. Siempre que se generaba un conflicto o problema, los padres de familia echaban una advertencia considerada sabia y preventiva a sus hijos: “con ese no te metas porque tiene caremalo y de pocos amigos.”

De vez en cuando, más de algún cipote pronunciaba la sentencia máxima sobre otro: “a tu mamá le guadecir.” Aunque fuera el más grande de la escuela, cantón o colonia, el temor a ese dictamen casi siempre prevalecía, si aún era hijo de dominio. Las personas adultas aconsejaban a sus hijos de que, en lugar de actuar violentamente, mejor lo acusaran con sus padres.

Esta costumbre poco a poco fue desapareciendo. El miedo a que los padres descubrieran las “maleantadas” que hacían los cipotes se esfumó. Se produjo una pérdida exagerada de valores sociales que llevó a los jóvenes a romper la barrera del respeto y obediencia de sus padres. Ese irrespeto también prevaleció sobre las personas mayores a las que antes se guardaba respeto.

La falta de control ejercida por los padres sobre los hijos permitió -y permite- la degeneración de los mismos. Ahora muchos padres son cómplices de sus hijos en crímenes, actitud contraria a lo que antes practicaba.

La opresión, desigualdad social, guerra y pobreza, falta de acceso a la educación, son los factores que han contribuido a esa ausencia de valores. Las pandillas y criminales juveniles son producto de nuestra sociedad. Son la suma de todos esos factores negativos que la sociedad contiene. Los que se llaman a sí mismos “buenos”, oprimen al pobre. Los que son catalogados como “malos”, son el resultado del sistema desigual formado por los mal llamados “buenos.” Juntos están construyendo una nueva guerra donde prevalecen las injusticias y crímenes que afecta directamente a los que no pertenecen a ninguno de los bandos.

En El Salvador, las leyendas e historias que antes se contaban sobre la Siguanaba y el Cipitío, el Cadejo, la descarnada y la carreta chillona, se cambiaron por historias reales y deshumanizadoras como masacres cometidas por el ejército y la guerrilla, por gobiernos autoritarios, por explotación del pobre, por crímenes y extorciones, violaciones a derechos humanos, miedo a convertirse en víctima de maras y pandillas por la misma inseguridad.

Ante esto no sólo se tiene que pensar en reeducar en valores, sino también en cambiar el sistema económico -a uno más incluyente- y la actualización de la Constitución Política de la Republica que se adapte a los tiempos actuales, ya que aún tenemos una Constitución de guerra. Requiere que los ciudadanos elijan de forma más racional a los diputados, alcaldes y presidentes. Que los salvadoreños se conviertan en jueces que aprueben y condenen el trabajo de los gobiernos para mantenerlos o no en el poder. En fin, como ya casi nadie le teme a la mamá (sólo Will Salgado, el alcalde de San miguel), ni a las leyes establecidas, hay que buscar nuevas formas de control.





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1 comentario:

baldieroberstein dijo...

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