lunes, 30 de mayo de 2011
EVALUARÁN CALIDAD EDUCATIVA
San Salvador. 30 de mayo de 2011
aguilarjcb@hotmail.com/ervin_odimir@yahoo.com
Un total de 42 centros educativos, ubicados en ocho departamentos del país, se someterán a las Pruebas de Calidad Educativa, anunció este día Saúl León, director general de Fe y Alegría El Salvador, en conferencia de prensa.
De acuerdo con el director, estas pruebas ayudarán a conocer las necesidades de los centros educativos, las cuales permitirán crear e implementar medidas necesarias que ayuden a mejorar los métodos de enseñanza aprendizaje en los centros educativos, así como sus relaciones con la comunidad.
Se tiene previsto que las 22 escuelas de la red de Fe y Alegría inicien las pruebas de calidad este 7 de junio; mientras que los 20 centros de la red pública nacional lo harán a finales del mismo mes. La inauguración de las evaluaciones se llevará a cabo en el Complejo Educativo Fe y Alegría San José Las Flores, Tonacatepeque el mismo 7 de junio.
Por su parte Antonio Orellana, coordinador de educación de Fe y Alegría, mencionó que esta prueba es el primer ciclo del sistema de calidad que se busca implementar en las escuelas. La evaluación comprende contexto, recursos del centro, docentes, gestión directiva, padres de familia, líderes comunitarias y la práctica de valores por parte de los alumnos.
“Esta evaluación se ha basado en las carencias encontradas en la prueba piloto realizada en siete escuelas de fe y alegría en 2006”, aseguró Orellana. La idea de implementar una mejora de la educación nació en 2005 en Colombia, debido a que ahí se encuentra la sede central de la Federación Internacional de Fe y Alegría. Misma que se encarga de procesar los datos encontrados en las evaluaciones.
Ricardo Castellón, director de la Departamental de Sonsonate, dijo estar de acuerdo con esta iniciativa, ya que la educación debe caminar hacia la mejora continua. Las relaciones creadas desde la nueva administración han permitido que la estrategia utilizada por Fe y Alegría se pueda implementar en los 20 centros del municipio de Juayúa, en Sonsonate.
“Sólo uniendo fuerzas es como podemos echar a andar el Plan Social Educativo”, aseguró Castellón, durante el desarrollo del evento.
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jueves, 26 de mayo de 2011
NECESITAMOS EDUCACIÓN DE CALIDAD
Mucho se habla sobre la educación en El Salvador y sus problemas. Se hacen señalamientos fuertes y directos hacia el Ministerio de Educación (MNED), entidad máxima encargada de la educación del país, por decreto legislativo. Se le atribuye toda la culpabilidad y olvidamos el papel que debemos desempeñar en nuestro entorno.
Con el Primer Reglamento de Enseñanza Primaria, en 1832, se decreta la educación pública, que instituye la creación de escuelas en cada municipio del país. Estas fueron financiadas por las alcaldías o, en caso de que éstas no tuvieran los fondos suficientes, los padres de familia aportaron una contribución para su mantenimiento.
Se marcó el inicio de la enseñanza-aprendizaje que aún a mediados del siglo XX era un sistema cerrado, donde la disciplina o corrección la ponía el maestro. Al hacer un recuento de las características de aquel sistema, las personas que se formaron bajo dicho sistema aún siguen considerándolo mejor que el actual. Afirman que antes se aprendía más, que cursar el primer grado equivalía a un tercer grado de hoy. Que las personas que sacaban el noveno eran dignas de admirar por sus amplios conocimientos, entre otros.
Sin embargo, a pesar de que el sistema educativo ha pasado por una serie de reformas, aún no se ha logrado implementar una educación de calidad. Los centros privados son los que se adjudican tener una verdadera educación de calidad, mientras que las escuelas públicas se han visto relegadas al “mi modo no queda de otra.” No hay que pensar en un retroceso, hay que buscar las formas de avanzar hacia una mejor educación.
Vale la pena recordar que la educación es un derecho. La Constitución Política de El Salvador, en su art. 2, confirma la educación como un derecho de todo ser humano, por lo que el individuo tiene la plena libertad de apoderarse de él.
Pero hay que recalcar la necesidad de una educación integral, que involucre a padres y madres de familia, a estudiantes, profesores y directores, y por qué no decirlo, a la comunidad misma.
Me parece interesante el sistema de calidad implementado por Fe y Alegría, porque intenta involucrar a estos protagonistas y a través de conocer sus percepciones, reforzar las áreas que lo requieran y potenciarlas para una mejor formación del individuo. Supone la creación de una sociedad más justa y humana, con el espíritu de superación e igualdad.
Esto requiere que los docentes y todas las personas e instituciones involucradas en la educación de la niñez y la adolescencia reafirmen su compromiso, que reconozcan la responsabilidad que tienen en la formación de los individuos y de una nueva sociedad.
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sábado, 21 de mayo de 2011
¿Y HOY, QUIÉN TIENE CAREMALO?
“Caremalo”, le llamaban a las personas serias y desconocidas en el pueblo. La apariencia significaba a muchos la señal para lanzar un prejuicio sobre alguien. Siempre que se generaba un conflicto o problema, los padres de familia echaban una advertencia considerada sabia y preventiva a sus hijos: “con ese no te metas porque tiene caremalo y de pocos amigos.”
De vez en cuando, más de algún cipote pronunciaba la sentencia máxima sobre otro: “a tu mamá le guadecir.” Aunque fuera el más grande de la escuela, cantón o colonia, el temor a ese dictamen casi siempre prevalecía, si aún era hijo de dominio. Las personas adultas aconsejaban a sus hijos de que, en lugar de actuar violentamente, mejor lo acusaran con sus padres.
Esta costumbre poco a poco fue desapareciendo. El miedo a que los padres descubrieran las “maleantadas” que hacían los cipotes se esfumó. Se produjo una pérdida exagerada de valores sociales que llevó a los jóvenes a romper la barrera del respeto y obediencia de sus padres. Ese irrespeto también prevaleció sobre las personas mayores a las que antes se guardaba respeto.
La falta de control ejercida por los padres sobre los hijos permitió -y permite- la degeneración de los mismos. Ahora muchos padres son cómplices de sus hijos en crímenes, actitud contraria a lo que antes practicaba.
La opresión, desigualdad social, guerra y pobreza, falta de acceso a la educación, son los factores que han contribuido a esa ausencia de valores. Las pandillas y criminales juveniles son producto de nuestra sociedad. Son la suma de todos esos factores negativos que la sociedad contiene. Los que se llaman a sí mismos “buenos”, oprimen al pobre. Los que son catalogados como “malos”, son el resultado del sistema desigual formado por los mal llamados “buenos.” Juntos están construyendo una nueva guerra donde prevalecen las injusticias y crímenes que afecta directamente a los que no pertenecen a ninguno de los bandos.
En El Salvador, las leyendas e historias que antes se contaban sobre la Siguanaba y el Cipitío, el Cadejo, la descarnada y la carreta chillona, se cambiaron por historias reales y deshumanizadoras como masacres cometidas por el ejército y la guerrilla, por gobiernos autoritarios, por explotación del pobre, por crímenes y extorciones, violaciones a derechos humanos, miedo a convertirse en víctima de maras y pandillas por la misma inseguridad.
Ante esto no sólo se tiene que pensar en reeducar en valores, sino también en cambiar el sistema económico -a uno más incluyente- y la actualización de la Constitución Política de la Republica que se adapte a los tiempos actuales, ya que aún tenemos una Constitución de guerra. Requiere que los ciudadanos elijan de forma más racional a los diputados, alcaldes y presidentes. Que los salvadoreños se conviertan en jueces que aprueben y condenen el trabajo de los gobiernos para mantenerlos o no en el poder. En fin, como ya casi nadie le teme a la mamá (sólo Will Salgado, el alcalde de San miguel), ni a las leyes establecidas, hay que buscar nuevas formas de control.
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De vez en cuando, más de algún cipote pronunciaba la sentencia máxima sobre otro: “a tu mamá le guadecir.” Aunque fuera el más grande de la escuela, cantón o colonia, el temor a ese dictamen casi siempre prevalecía, si aún era hijo de dominio. Las personas adultas aconsejaban a sus hijos de que, en lugar de actuar violentamente, mejor lo acusaran con sus padres.
Esta costumbre poco a poco fue desapareciendo. El miedo a que los padres descubrieran las “maleantadas” que hacían los cipotes se esfumó. Se produjo una pérdida exagerada de valores sociales que llevó a los jóvenes a romper la barrera del respeto y obediencia de sus padres. Ese irrespeto también prevaleció sobre las personas mayores a las que antes se guardaba respeto.
La falta de control ejercida por los padres sobre los hijos permitió -y permite- la degeneración de los mismos. Ahora muchos padres son cómplices de sus hijos en crímenes, actitud contraria a lo que antes practicaba.
La opresión, desigualdad social, guerra y pobreza, falta de acceso a la educación, son los factores que han contribuido a esa ausencia de valores. Las pandillas y criminales juveniles son producto de nuestra sociedad. Son la suma de todos esos factores negativos que la sociedad contiene. Los que se llaman a sí mismos “buenos”, oprimen al pobre. Los que son catalogados como “malos”, son el resultado del sistema desigual formado por los mal llamados “buenos.” Juntos están construyendo una nueva guerra donde prevalecen las injusticias y crímenes que afecta directamente a los que no pertenecen a ninguno de los bandos.
En El Salvador, las leyendas e historias que antes se contaban sobre la Siguanaba y el Cipitío, el Cadejo, la descarnada y la carreta chillona, se cambiaron por historias reales y deshumanizadoras como masacres cometidas por el ejército y la guerrilla, por gobiernos autoritarios, por explotación del pobre, por crímenes y extorciones, violaciones a derechos humanos, miedo a convertirse en víctima de maras y pandillas por la misma inseguridad.
Ante esto no sólo se tiene que pensar en reeducar en valores, sino también en cambiar el sistema económico -a uno más incluyente- y la actualización de la Constitución Política de la Republica que se adapte a los tiempos actuales, ya que aún tenemos una Constitución de guerra. Requiere que los ciudadanos elijan de forma más racional a los diputados, alcaldes y presidentes. Que los salvadoreños se conviertan en jueces que aprueben y condenen el trabajo de los gobiernos para mantenerlos o no en el poder. En fin, como ya casi nadie le teme a la mamá (sólo Will Salgado, el alcalde de San miguel), ni a las leyes establecidas, hay que buscar nuevas formas de control.
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viernes, 13 de mayo de 2011
¿Y HOY, QUIÉN TIENE CAREMALO?
“Caremalo”, le llamaban a las personas serias y desconocidas en el pueblo. La apariencia significaba a muchos la señal para lanzar un prejuicio sobre alguien. Siempre que se generaba un conflicto o problema, los padres de familia echaban una advertencia considerada sabia y preventiva a sus hijos: “con ese no te metas porque tiene caremalo y de pocos amigos.”
De vez en cuando, más de alguno cipote pronunciaba la sentencia máxima sobre otro: “a tu mamá le guadecir.” Aunque fuera el más grande de la escuela, cantón o colonia, el temor a ese dictamen casi siempre prevalecía, si aún era hijo de dominio. Las personas adultas aconsejaban a sus hijos de que, en lugar de actuar violentamente, mejor lo acusaran con sus padres.
Esta costumbre poco a poco fue desapareciendo. El miedo a que los padres descubrieran las “maleantadas” que hacían los cipotes se esfumó. Se produjo una pérdida exagerada de valores sociales que llevó a los jóvenes a romper la barrera del respeto y obediencia de sus padres. Ese irrespeto también prevaleció sobre las personas mayores a las que antes se guardaba respeto.
La falta de control ejercida por los padres sobre los hijos permitió -y permite- la degeneración de los mismos. Ahora muchos padres son cómplices de sus hijos en crímenes, actitud contraria a lo que antes practicaba.
La opresión, desigualdad social, guerra y pobreza, falta de acceso a la educación, son los factores que han contribuido a esa ausencia de valores. Las pandillas y criminales juveniles son producto de nuestra sociedad. Son la suma de todos esos factores negativos que la sociedad contiene. Los que se llaman a sí mismos “buenos”, oprimen al pobre. Los que son catalogados como “malos”, son el resultado del sistema desigual formado por los mal llamados “buenos.” Juntos están construyendo una nueva guerra donde prevalecen las injusticias y crímenes que afecta directamente a los que no pertenecen a ninguno de los bandos.
En El Salvador, las leyendas e historias que antes se contaban sobre la Siguanaba y el Cipitío, el Cadejo, la descarnada y la carreta chillona, se cambiaron por historias reales y deshumanizadoras como masacres cometidas por el ejército y la guerrilla, por gobiernos autoritarios, por explotación del pobre, por crímenes y extorciones, violaciones a derechos humanos, miedo a convertirse en víctima de maras y pandillas por la misma inseguridad.
Ante esto no sólo se tiene que pensar en reeducar en valores, sino también en cambiar el sistema económico -a uno más incluyente- y la actualización de la Constitución Política de la Republica que se adapte a los tiempos actuales, ya que aún tenemos una Constitución de guerra. Requiere que los ciudadanos elijan de forma más racional a los diputados, alcaldes y presidentes. Que los salvadoreños se conviertan en jueces que aprueben y condenen el trabajo de los gobiernos para mantenerlos o no en el poder. En fin, como ya casi nadie le teme a la mamá (sólo Will Salgado, el alcalde de San miguel), ni a las leyes establecidas, hay que buscar nuevas formas de control.
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De vez en cuando, más de alguno cipote pronunciaba la sentencia máxima sobre otro: “a tu mamá le guadecir.” Aunque fuera el más grande de la escuela, cantón o colonia, el temor a ese dictamen casi siempre prevalecía, si aún era hijo de dominio. Las personas adultas aconsejaban a sus hijos de que, en lugar de actuar violentamente, mejor lo acusaran con sus padres.
Esta costumbre poco a poco fue desapareciendo. El miedo a que los padres descubrieran las “maleantadas” que hacían los cipotes se esfumó. Se produjo una pérdida exagerada de valores sociales que llevó a los jóvenes a romper la barrera del respeto y obediencia de sus padres. Ese irrespeto también prevaleció sobre las personas mayores a las que antes se guardaba respeto.
La falta de control ejercida por los padres sobre los hijos permitió -y permite- la degeneración de los mismos. Ahora muchos padres son cómplices de sus hijos en crímenes, actitud contraria a lo que antes practicaba.
La opresión, desigualdad social, guerra y pobreza, falta de acceso a la educación, son los factores que han contribuido a esa ausencia de valores. Las pandillas y criminales juveniles son producto de nuestra sociedad. Son la suma de todos esos factores negativos que la sociedad contiene. Los que se llaman a sí mismos “buenos”, oprimen al pobre. Los que son catalogados como “malos”, son el resultado del sistema desigual formado por los mal llamados “buenos.” Juntos están construyendo una nueva guerra donde prevalecen las injusticias y crímenes que afecta directamente a los que no pertenecen a ninguno de los bandos.
En El Salvador, las leyendas e historias que antes se contaban sobre la Siguanaba y el Cipitío, el Cadejo, la descarnada y la carreta chillona, se cambiaron por historias reales y deshumanizadoras como masacres cometidas por el ejército y la guerrilla, por gobiernos autoritarios, por explotación del pobre, por crímenes y extorciones, violaciones a derechos humanos, miedo a convertirse en víctima de maras y pandillas por la misma inseguridad.
Ante esto no sólo se tiene que pensar en reeducar en valores, sino también en cambiar el sistema económico -a uno más incluyente- y la actualización de la Constitución Política de la Republica que se adapte a los tiempos actuales, ya que aún tenemos una Constitución de guerra. Requiere que los ciudadanos elijan de forma más racional a los diputados, alcaldes y presidentes. Que los salvadoreños se conviertan en jueces que aprueben y condenen el trabajo de los gobiernos para mantenerlos o no en el poder. En fin, como ya casi nadie le teme a la mamá (sólo Will Salgado, el alcalde de San miguel), ni a las leyes establecidas, hay que buscar nuevas formas de control.
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