Sentado en un rincón de mi champa, en mi soledad, he llegado a pensar que me he vuelto loco. Amores ficticios y desilusiones reales me rodean. Pienso en la inspiración para escribir versos. Versos que no son versos, son palabras vacías que no riman, pero que cifro en un papel con una intención indescriptible.
Escucho el silencio y me pregunto ¿Para qué es el mundo y para qué las personas? Nadie lo sabe.
Ya no quiero pensar. La noche está tenue y las arenas del tiempo caen en la oscuridad como gotas de veneno que se llevan la vida de todos segundo a segundo.
Sí, estoy loco. Pienso en ella, pero no me importa más. Solo son tontas palabras, sí tontas palabras.
La noche me acompaña y me abriga con su frio. Recuerdo el ayer, y también la recuerdo a ella. Sólo sé que era pequeña. Sus labios como pétalos de rosa que acariciaban los míos y me daban su perfume.
Así era ella, muy simpática. El tiempo ha corrido y aún recuerdo el brillo de su mirada que me enloquecía como a nadie. Pero qué más da, sólo son locos recuerdos guardados en el cajón de mi pasado.
Al cerrar mis ojos aún puedo verla, pero sé que no está aquí. No me quiso aunque la quise. Lo sabe, pero no importa.
La noche sigue gritando y yo con ella. El viento canta una canción de soledad y en su son me golpea la nariz con el aroma de mi desilusión. Una vez más me la recuerda. ¡Qué locura la mía!
Tontas palabras. Pobre loco, pobre iluso, pobres versos y pobre existir... (José Aguilar)